Marrakech, la genuina capital del sur marroquí, está situada dentro de una cazuela. Las paredes de esta cazuela son las montañas monumentales del Alto Atlas, esta cordillera mítica que unifica dos mares, el Atlántico y la Mediterránea, y que agermana el pequeño Magreb: Marruecos, Argelia y Túnez.

Es fácil de entender, pues, que Marrakech viva intensamente un clima especial y ligero. En verano, y durante muchos meses, el calor está potente, un calor africano que se hace ser. Y en invierno, bastante más corto, el frío se instala cómodamente para hacer la pascua a los de Marrakech. Llueve más de lo que nos pensamos, y es el agua de lluvia que riega el oasis vecino de la ciudad y lo transforma en un palmeral que es un gusto pasearse por él, sobre todo a las horas del atardecer flairant las plantas olorosas que broten, espontáneas, de una tierra milagrosamente fértil. A pesar de todo, las exigencias de los turistas, que no nos conformamos nunca con una ducha diaria, hace que el agua acontezca, cuanto más va más, un bien escaso y que el oasis se empobrezca de una manera alarmante.

La ciudad de color rojo

Es una ciudad de color cobrizo que ha crecido considerablemente y desmesurada este último cuarto de siglo. Tiene una parte moderna muy europeizada, donde sin dificultad se pueden encontrar ropa y zapatos de todas las marcas habidas y por haber. Donde hay tiendas que venden bebidas alcohólicas sin pensar que se cometa ningún delito. Donde se levantan grandes hoteles, con todos los servicios exigibles y todas las comodidades garantizadas, a cada esquina. Donde ir un anochecer en una discoteca no es ninguna aventura de riesgo. Hay mucho turismo que pide estos reclamos y los emprendedores locales no dejan pasar ninguna oportunidad que los reporte la ganancia de unos cuántos dirhams.

Pero junto a esta Marrakech hay otra, la auténtica, la de siempre, la amurallada. Es la medina, la ciudad vieja, el espacio que nos transporta al tiempo de ayer. La medina de Marrakech, grandísima y complicada, que guarda una serie de tesoros incuestionables.

Y es aquí que quería ir a parar. Marrakech es la capital turística del Marruecos. Su aeropuerto internacional no para de ver aterrizar y elevarse aviones matriculados en todos los países de este nuestro mundo que cada día se hace más pequeño. Marrakech habla todas las lenguas.

El palacio Bahia

El palacio Bahia, de final del XIX, nos enseña cómo les gustaba vivir en aquella época. Es majestuoso, pleno de detalles, y dejan visitar los aposentos, de invierno y de verano. Se destaca la sala del trono, la de las audiencias; también los aposentos de las concubinas, sobre todo la de la favorita. A los jardines interiores, patios árabes, de una elegancia muy refinada, se pueden recuperar energías, meditar situaciones complicadas y pasear la pereza tanto como queramos y nos convenga.